domingo, 16 de noviembre de 2014

Datos Curiosos



SOBRE SU BIOGRAFIA

Nació en Sevilla un 17 de Febrero de 1836.
  
Su nombre real era Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, pero todos lo conocemos por Gustavo Adolfo Bécquer. Su padre, el pintor  del costumbrismo sevillano José Domínguez Insausti, descendía de una familia noble de comerciantes de origen flamenco, Los Bécquer, familia con tanto prestigio que poseía, desde 1622, capilla y sepultura propia en la catedral. Era por eso por lo que firmaba con Bécquer como su primer apellido, y sus hijos, Valeriano y Gustavo Adolfo también.

El 26 de enero de 1841, a punto de cumplir los cinco años, se queda huérfano de padre. En 1846, ingresa en el Colegio de San Telmo de Sevilla, una institución mixta en la que se acogía a huérfanos de cierto nivel. Inició estudios de Naútica que no prosiguió. En este colegio conoce a Francisco Rodríguez Zapata, discípulo del poeta Alberto Lista, así como a su compañero y amigo Narciso Campillo. Al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, fallece su madre, y él y su hermano son adoptados por su tía María Bastida y por Juan de Bargas,  después, se cerró el colegio y decidió irse a vivir con su madrina, Manuela Monnehay Moreno, joven acomodada y con interés por la literatura. En su mediana biblioteca, empezó la afición por la lectura de Gustavo Adolfo. Se inició en la pintura en el taller de Antonio Cabral Bejarano en 1850 y, más tarde, en el de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, el cual le animó al estudio, e incluso le pagó los de Latín y le dijo la siguiente frase:

"Tú no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato."

A los 18 años, en 1854, Bécquer dejó sus estudios de pintura y se trasladó a Madrid. Intentó dedicarse a la pintura y estuvo sirviendo de escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, donde su habilidad para el dibujo era admirada por sus compañeros, pero fue motivo de que fuera cesado al ser sorprendido por el Director haciendo dibujos de escenas de Shakespeare.

Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba de tuberculosis, aunque algunos biográfos se decantan por la sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas.

En 1858, empieza a cortejar a Josefina Espín, pero pronto se enamora de su hermana, Julia Espín, y escribe sus primeras rimas, como "Tu pupila es azul". A Julia no le gustaba la vida bohemia del escritor, y tenía aspiraciones más altas. Los dos años siguientes, convirtió a una dama de rumbo y manejo en su amante, pero ella, Elisa Guillén, inspiradora de las composiciones más amargas del poeta, lo abandonó.
  
Finalmente, el 19 de mayo de 1861, se casó con Casta Esteban y Navarro, con la que tuvo dos hijos. Las fracasadas experiencias amorosas del poeta--parece que el matrimonio le proporcionó poca felicidad--le llevaron a escribir algunos de sus versos más apasionados y hermosos.

Decide dedicarse a la literatura y sufre la pobreza mientras colabora en periódicos de poca categoría. Bécquer pasó tiempos de gran penuria y nunca logró éxito económico en su vida. En 1864 consiguió un puesto gubernamental como censor de novelas, que ocuparía entre 1864-65. Comenzó a escribir las Cartas desde mi celda en 1864, durante una estancia de reposo en el monasterio de Veruela, donde el poeta se había refugiado para reponerse después de otro ataque de tuberculosis. Posteriormente entra en "El Contemporáneo" donde publicó crónicas sociales, algunas de sus Leyendas y los ensayos costumbristas Cartas desde mi celda.

Económicamente las cosas mejoraron para el poeta a partir de 1866, año en que obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas, publicadas en parte en El museo universal. Pero con la revolución de 1868, el poeta perdió su trabajo y  tuvo que preparar otro.

El año 1868 fue un año muy malo para él, ya que vuelve al cargo de censor , Casta le es infiel y, para colmo, su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios. En diciembre, para terminar con el mal año, nace su tercer hijo, fruto de la infidelidad, Emilio Eusebio. Casta y Valeriano discuten continuamente, debido a que ella no soporta su carácter y su constante presencia en casa. Ese mismo año fue abandonado por su esposa.

Se trasladó entonces a Toledo  acompañado de sus dos hijos para vivir con su hermano Valeriano, ambos separados de sus esposas.  Allí acabó de reconstruir de memoria  el manuscrito de las Rimas, cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada durante la revolución septembrina. Este nuevo texto se tituló Libro de Gorriones, y no se difundió hasta 1914. De nuevo en Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración de Madrid en el año 1870, en la que también trabajó su hermano como dibujante.

El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano.

Gustavo Adolfo Bécquer falleció el 22 de diciembre de 1870  coincidiendo con un eclipse total de sol,  quizás víctima de un enfriamiento invernal o a causa de la tuberculosis agravada por una profunda depresión. Enfermizo por toda la vida, murió de la llamada "enfermedad romántica” a la edad de 34 años.

Cuando estaba a punto de morir, le pidió a su amigo Augusto Ferrán que quemase sus cartas ya que él piensa que serían su deshonra y que publicara sus versos:

"Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo".

También pidió que cuidaran de sus hijos. Lo último que pronunció fue:

"Todo mortal"

El 23 de Diciembre -un día después de su entierro- sus amigos se reunieron para publicar sus obras como un modo de ayudar a la viuda y a sus tres hijos. Estas Obras fueron prologadas por su amigo Ramón Rodríguez Correa, y se editaron en dos tomos, en 1871. En las siguientes ediciones se fueron añadiendo escritos.

SOBRE TOLEDO

Bécquer vino a Toledo por primera vez con el doble objetivo de inspirarse para su "Historia de los templos de España", y conseguir que su hermano Valeriano le prestara algún dinero para hacer posible el proyecto. Del proyecto, sólo se consiguió que saliera el primer tomo, "Templos de Toledo", y el dinero no dio para más. Sin embargo, su visita no fue en vano, ya que quedó prendado de esta ciudad, e inspiró una gran parte de su obra. Él pensaba que la historia no sólo se escribe con datos, sino que también es necesario conocer las creencias de la gente, sus pensamientos, las leyendas, los amores... ya que todo esto es lo que estructura nuestro alma.

En 1911, la ciudad decidió dedicar a los hermanos Bécquer la conocida calle de la lechuga, en base a unos informes dados por el entonces director del Instituto de la Edad Media, Ventura Reyes, que decían que los hermanos habían vivido en la casa nº 9 de esta misma calle, junto a la casa de Ventura. Según investigaciones más recientes de V. Benito, la estancia en esa casa, de haber ocurrido, hubiera sido breve, dado que en esa casa se admitían huéspedes..

En la que sí vivieron los hermanos por un tiempo más prolongado fue en la calle de San Ildefonso, en una casa en la que todavía vive el laurel que el mismo Gustavo plantó, y en la que había un brocal árabe pintado por su hermano Valeriano, que actualmente está en el Victoria and Albert Museum de Londres

Se dice que Bécquer, debido a que le gustaban mucho las salidas por el Toledo nocturno, muchas veces se veía con la puerta cerrada y, por tanto, tenía que saltar el muro a altas horas de la noche para poder entrar.

LAS TRES FECHAS

En uno de sus caminos habituales por la ciudad de Toledo, el poeta se encamina desde su casa hasta San Juan de los Reyes, para allí realizar alguno de sus bocetos, con el fin de venderlos. En una noble ventana, de un antiguo palacio, cree ver a una joven, de la que sin apenas conocer sus facciones, no puede evitar quedar prendado. Varios días son los que pasa por la ventana, y siempre ver aquella imagen, pero pronto, ha de marchar a Madrid, no sin antes, apuntar la primera fecha.




Al tiempo, vuelve a Toledo, pero al realizar los mismos recorridos que antes hacía, descubrió que donde antes había un palacio noble, ahora solo había ruinas, que las callejas que antes eran deliciosas para sus paseos, ahora están llenas de escombros, que los azulejos moriscos yacen bajo el musgo, y lo que antes era belleza, ahora es desolación. El poeta regresa sobre sus pasos y descubre una plaza, enmarcada entre tapias de un viejo convento, y allí decide abrir sus carpetas para plasmar en sus dibujos la vida monástica. Entonces, es cuando le sorprende una blanca mano, con un pañuelo bordado que le saluda, y en la que reconoce a la misma joven de la ventana. Otra vez vuelve a apuntar la fecha. Muchos días vuelve al mismo sitio, aunque ya casi no abre sus carpetas, pues espera poder volver a ver la mano de su amada. Poco después tiene que irse a Madrid.

Al cabo de un año, el poeta regresa otra vez a Toledo. Algo le hace volver. Quizás ese amor dormido, ese sueño, esas dos fechas escritas en su carpeta y también, ¿por qué no? el regusto por encontrar en el pasado lo que no se consigue en el presente. Esa ciudad de Toledo.

En realidad no sigue ningún camino, sino que solo pretende perderse por las callejuelas de Toledo, pero sin darse cuenta, acaba en el convento donde vio por última vez esa mano. Esta vez estaba abierto, y de su interior salían cantos religiosos y olor a incienso.

Bécquer se decidió preguntar qué es lo que pasaba, y los curiosos le dijeron que era una toma de hábito. Al parecer, una joven, hija de familia acomodada, tras perder a sus padres y quedar totalmente sola en el mundo, tras un año de estancia en el convento, renunciaba totalmente al mundo para consagrarse a Dios.

Entró en el templo, y pudo ver como la rubia cabellera de la novicia era cortada en señal de renuncia, y sin poder contemplar su rostro emocionado, su corazón le dijo que era su amada.

Esta fue la tercera fecha, que no anotó, pero quedó más grabada que las dos anteriores, pues la dejó para siempre en su corazón.

Y dice la leyenda, que el poeta romántico volvió muchas noches a la vieja plaza, donde se alzan los muros conventuales, para escuchar el canto monjil de maitines, porque entre esas voces, estaban también los suspiros de su amada desconocida, que aún amaba algo del mundo... ¡que suspiraba por él!

Y este rincón, que sin cambiar su nombre, hoy es más conocido como "Plaza romántica", conserva como pocos espacios en Toledo el alma del genial poeta, los suspiros de la novicia y, sobre todo, esa inmensa paz de un amor sublime.

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